Hacer ejercicio es un acto de amor propio. Sin embargo, aun lo bueno puede llegar a ser demasiado. Contrario a lo que nos han inculcado, nuevos descubrimientos revelan que cuando el ejercicio es exhaustivo produce efectos contrarios a los deseados y acelera el proceso de deterioro físico.
A quienes son sedentarios, este tema quizá les parezca la justificación perfecta para continuar así. En cambio, es probable que quienes practiquen ejercicio como fundamentalistas religiosos, rechacen por completo estas aseveraciones. No obstante, no deberían tomar a la ligera esta información, pues los estudios sobre esta materia avanzan y considero que hay que estar enterados.
—Todos los días hago tres horas de ejercicio: corro, uso la escaladora, la elíptica, a veces nado o tomo una clase de bici —me comentó una joven, con la que coincidí en el gimnasio, mientras estirábamos los músculos.
—¿Y trabajas? —le pregunté.
—Sí, trabajo en una empresa, estoy casada y tengo dos niños.
—¿Y te da tiempo de todo? —insistí sorprendida.
—Claro, diario llego a las seis de la mañana; además corro maratones, soy triatlonista y ya hice un Ironman —me respondió muy tranquila y orgullosa.
Me quedé sin habla: no supe distinguir si escucharla me causó envidia, admiración o compasión. Aunque el límite de lo que se puede lograr es distinto, único e individual para cada persona, habría que reconsiderar ciertos puntos.
Todos sabemos que el ejercicio es maravilloso; sobra mencionar los múltiples beneficios que da a cuerpo, mente y alma; entre ellos, el de retardar el proceso de envejecimiento. Simplemente te sientes muy bien, y esto motiva a la mayoría de quienes lo practicamos de manera cotidiana. Pero la clave parece estar en una palabra: moderación.
Investigadores de Dinamarca publicaron un estudio en el Journal of the American College of Cardiology, en el que afirman que las personas que someten su cuerpo a un rendimiento extremo, en esencia deshacen los beneficios del ejercicio. Se comprobó que quienes corrían a paso acelerado más de cuatro horas a la semana, tenían los mismos índices de mortalidad que aquellos que no hacían nada, incluso sin diferencia de sexo o edad, sin importar si fumaban o no, o si tenían una historia de padecimientos del corazón o diabetes (revista Time, 2 de febrero de 2015).
Otro estudio publicado por el Washington Post, revela una investigación británica que incluía a 2400 gemelos, en la cual se analizó la relación que hay entre el largo de sus telómeros y la cantidad de ejercicio que realizaron durante un período de diez años.
Cuando los telómeros –que hemos visto son como las puntas de las agujetas de un tenis y se encuentran en nuestro adn para protegerlo– se acortan, sus células ya no pueden dividirse y mueren, lo que da como resultado la aparición de arrugas, músculos débiles y envejecimiento prematuro.
El estudio mostró que el largo de los telómeros en los gemelos estaba directamente relacionado con su nivel de actividad. Los que realizaron ejercicio moderado crearon telómeros mucho más largos que los sedentarios y que los que sobreentrenaban.
Asimismo, hacer ejercicio es una vela de dos puntas, porque, por un lado, al practicarlo con moderación se fortalece el sistema inmunológico y se protege al cuerpo de los radicales libres, y, por el otro, cuando se vuelve obsesivo, provoca mayor daño al cuerpo por los radicales libres que se producen al haber un requerimiento mayor de oxígeno. Sin contar con el estrés al que se someten tendones, rodillas, ligamentos, músculos, huesos y piel.
Conclusión: mesura, como en todo.