Fue en el año 2000 cuando las gemelas nacieron con tres meses de anticipación en Estados Unidos de Norteamérica. A través de las incubadoras se podían ver sus cuerpecitos tan pequeños y delgados que cabían en la palma de una mano. La esperanza de vida era muy poca, en especial para la menor de ellas quien presentaba problemas de corazón y problemas para regular su temperatura --que estaba más baja de lo normal.
Un día, algo hizo actuar a la enfermera de guardia al ver lo débiles que estaban. En contra de las políticas del hospital de mantenerlas separadas, tomó a la chiquita y la colocó en la misma incubadora de su hermana. La sorpresa que se llevó fue enorme. La hermana al sentirla, le pasó el brazo por la espalda y de inmediato, el corazón de la chiquita se sincronizó con el de su hermana más fuerte y su temperatura se elevó a lo normal; las dos sobrevivieron.
Ese abrazo salvador, como lo llamaron los medios que difundieron la noticia y cuya foto circuló por el mundo entero, le había infundido esa vida que la tecnología más avanzada no pudo darle; se trataba del amor. Ese es el gran poder del corazón, que va más allá de ser una construcción filosófica, poética o mística imaginada y que está dentro de ti, dentro de mi y dentro de cada habitante del planeta.
¿Dónde está tu esencia?
Si en este momento que lees la revista, te pediría que apuntaras hacia ti ¿hacía dónde lo harías? O bien, cuando hablas de ti mismo y quieres indicarlo con un gesto ¿hacia dónde te llevas la mano? observa que no te llevas la mano a la cabeza, te la llevas al centro de pecho, al área del corazón. ¿Cierto? Instintivamente sentimos que ahí se encuentra nuestra esencia, nuestro ser, nuestro verdadero yo. No la personalidad creada por la mente o por el ego, ese es nuestro disfraz de supervivencia.
Te invito a llevar la mano a tu corazón; te lo presento y te pregunto ¿Tu corazón tiene nacionalidad, religión, género o edad? A pesar de todo lo que nos separa como seres humanos, hay algo que nos une cuando apuntamos hacia nosotros mismos, hacia del corazón. A través de todos los tiempos, razas y culturas, sin importar la edad, la condición social o económica de las personas, todos apuntamos al corazón para referirnos a nosotros mismos.
Hace mucho tiempo que tu corazón pide a gritos que le hagas caso, que le hagamos caso. Él intenta hablarte, aconsejarte, transmitirte toda su sabiduría, pero estamos tan desconectados de él y conectados al afuera, a las pantallas, a la mente que no deja de juzgar y de juzgarnos, que no escuchamos su voz. Esa voz que susurra, no grita. Esa voz que la transmite a través de tu conciencia, de tu intuición y que solemos cancelar con tanta facilidad.
El milagro del corazón
Permíteme contarte un poco del milagro que es nuestro corazón. Comienza por saber que en el feto se forma antes que el cerebro; que late 100 mil veces al día; más de 36 millones de veces al año y más de 3100 millones de veces en la vida. Su campo electromagnético es de 40 a 60 veces más potente que el del cerebro. Imagina que el corazón funciona con la potencia de una estación de Frecuencia Modulada -FM-, mientras que el campo electromagnético producido por el cerebro se compararía con una estación de Amplitud Modulada o -AM-.
El corazón trabaja de manera eficiente y sin detenerse un sólo instante en tu vida. No sé a ti, pero a mi nunca me ha pedido que le de 15 minutos de descanso para tomarse un café, para hacer reparaciones o limpieza. Además, da más energía que la que recibe y la ciencia no sabe cómo o por qué.
No existe una máquina, un aparato, un ingeniero mecánico que pueda duplicar la eficiencia de este latido que estas sintiendo en el corazón. Éste órgano sostiene códigos de información de estámina, de energía, de vida y de sentido de vida como ninguna otra cosa.
¿Qué más nos puede dar el corazón? En una palabra, amor. ¿En dónde más se puede generar esta emoción? Con el cerebro podemos entender o pensar en el amor, pero sentirlo es toda la diferencia. ¿Te imaginas una vida sin amor? Simplemente es lo que le da sentido a todo lo que hacemos y la razón del por qué estamos en éste mundo. El corazón así nos da la llave para descubrir lo que es regresar a casa.
Instantes de paraíso
Decía Borges que todos los días tenemos al menos un instante de paraíso y es cierto. Esos instantes, de estar atentos, son los que nos conectan con nuestro corazón y se componen de ese momento en el que te despertó el trinar de los pájaros, ahora que inicia la primavera, o la luz de la mañana al abrir tus cortinas, un abrazo amoroso o disfrutar del agua con la que te bañas, en fin. Cosas tan simples, tan cotidianas y tan nutritivas. Sin embargo, es común transitar por el día entero sin percatarnos ni siquiera de una de ellas. Pero ¿por qué te hablo de esto? Porque las emociones elevadas que producen estos instantes son el alimento del corazón. Es lo que lo nutre, lo que hace que emane un campo electromagnético coherente, es decir, feliz e impacte directamente a quienes se encuentran a tu alrededor.
La buena noticia es que no tenemos que esperar a que la vida se acomode como esperábamos para sentirnos bien en el corazón; tú y yo podemos crear emociones positivas de adentro hacia afuera y no ser víctimas de las circunstancias. Podemos elevarnos por encima de la tragedia, del drama y ser la causa de cómo decido ver la vida y lidiar con ella; podemos crear esos instantes de paraíso a propósito y a voluntad. Sólo se requiere abrir el corazón.
Cierra los ojos y por unos minutos lleva tu atención nuevamente al corazón, procura concentrarte en él, mándale aprecio, gratitud y amor. Piensa que es lo más valioso que tienes, basta que falle y tu estancia en este mundo se termina. ¿Te das cuenta? Sé un científico en tu propio laboratorio y observa cómo te sientes en ese estado de coherencia. Más de 1000 cosas positivas suceden en tus sistemas.
Cada vez que activas tu coherencia así, te conviertes en esa gemela mayor que tiene el poder de dar vida a los demás. Bienvenido a tu corazón.