Ese atardecer de vacaciones el cielo nos regaló uno de sus mejores vestidos, con una multiplicidad de colores que reflejaban su esplendor sobre el mar. En familia observamos esa belleza agradecidos de estar juntos y sanos. Cuando volteé a ver a Mateo, de ocho años, me di cuenta de que percibía la magia del momento y se le salían unas lágrimas. Me sorprendió que a su corta edad tuviera esa sensibilidad y lo abracé en silencio. “Son tears of joy Gaby", me dijo con esa expresión en inglés –dado que nació y vive en Los Angéles.
Las lágrimas de Mateo sustituyen lo que no puede, incluso los adultos no podemos, expresar con palabras. Me hizo pensar en las veces, pocas de hecho, en que he llorado esas tears of joy y con seguridad puedo decir que han sido los momentos más felices de mi vida: el nacimiento de mis hijos, reconciliaciones con mi esposo, momentos de conciencia y plenitud en la naturaleza, al escuchar música que me sublima, en fin.
Las lágrimas son algo que no a todos nos fluyen fácilmente. En mi caso, la situación requiere muy alta intensidad, en cualquiera de sus extremos, para que desahogue mis emociones en forma de agua. Sin embargo, las veces que sin razón alguna he llorado doblada y con ese llanto que surge en el estómago han sido tan, tan liberadoras, como la energía que se expele de un volcán después de estar mucho tiempo retenida. Por supuesto lo he vivido con la pérdida de mis seres queridos y en las ocasiones en que conecto con mi esencia de manera profunda. Una vez me sucedió con un chamán que nos guió a unas amigas y a tu servidora en el ritual ancestral del temazcal. Los cantos y la voz del chamán me regresaron a una casa interna y fueron la llave que me abrió el alma. En otra ocasión fue la música producida por un didyeridú –un instrumento muy antiguo creado con un tronco hueco que genera una vibración muy especial y que nos acompañaba en una meditación, la cual me condujo a un estado de plenitud total. Al término de la misma, y sin esperarlo, surgió ese mismo tipo de llanto. Pero ¿a qué voy?
A contarte que uno de los descubrimientos que me parecen más interesantes es que las lágrimas causadas por la alegría, la frustración, la pena, los bostezos, la tristeza, la risa, por cortar una cebolla o, incluso, las de un recién nacido son totalmente diferentes en su estructura. ¿Lo hubieras imaginado?
Topografía de las lágrimas
Rose-Lynn Fisher es una fotógrafa estadounidense que vivió una etapa dolorosa en su vida debido a cambios y pérdidas personales, la cual le provocó mucho llanto. En uno de esos momentos de fragilidad se le ocurrió capturar con la lente muy potente de un microscopio electrónico la sal cristalizada de las lágrimas después de que secaran. Lo que vio le pareció tan interesante que despertó en ella la curiosidad de saber si llorar de tristeza produce el mismo tipo de cristal que llorar de alegría.
Su sorpresa fue enorme al comprobar, con las más de cien fotografías que ha coleccionado durante cinco años, que existe una gran variedad de formas y estructuras compuestas por la sal de las distintas lágrimas.
Dichas fotos muestran topografías muy similares a las de las fotos aéreas tomadas de paisajes naturales erosionados por el sol, el aire, el agua y el viento durante millones de años. Cada una de las muestras cristalizó de manera diferente. Por ejemplo, las lágrimas de un ojo irritado por cortar cebolla forman dibujos como ramas; las causadas por el dolor o la pena, paisajes aislados en superficies vacías; las provocadas por la risa crean dibujos caóticos y variados.
El resultado de Rose-Lynn Fisher coincide en mayor o menor medida con las tres clases de lágrimas que los fisiólogos han descubierto. Y la razón de dichas formaciones tan heterogéneas es que la composición de las lágrimas varía tanto en enzimas, proteínas y anticuerpos como en sustancias oleosas. Así:
Las lágrimas basales son aquellas que producen las glándulas lacrimales de manera constante. Sirven para lubricar y proteger del polvo o de posibles objetos extraños. Si se tienen los ojos sanos ni siquiera las notamos.
Las reflejas son una reacción a sustancias irritantes, como cuando cortamos una cebolla y su función es limpiar los ojos. Se producen en abundancia y contienen anticuerpos que nos protegen de bacterias y gérmenes.
Las emocionales o psíquicas son las que producimos al tener una emoción positiva o negativa y contienen una hormona neurotransmisora que actúa como un analgésico natural cuando experimentamos estrés. También contienen encefalinas que nos hacen sentir mejor después de haber llorado. ¿No es una maravilla?
Mateo ese día lloró lágrimas emocionales –afortunadamente causadas por una emoción positiva–, lo que provocó en su abuela lágrimas de gratitud por la magia del momento.