Hay llamadas del alma que salvan la vida.
Corrían los inicios de los años sesenta, cuando Antonio se citó con su amigo Juan José en el bar del restaurante de moda en la Zona Rosa, llamado La Ronda, para tomar juntos una copa después de trabajar. Mientras charlaban, Antonio sintió algo e interrumpió a su amigo:
—Permíteme tantito, tengo que hacer una llamada —le dijo, y se dirigió a un teléfono público que funcionaba con una moneda de veinte centavos y se localizaba a unos cuantos metros del lugar. Mientras marcaba el número, escuchó una explosión que salía de la cocina del restaurante y vio que invadía la zona de la barra. Antonio se quedó perplejo al percatarse de que el fuego alcanzaba el lugar en donde él se encontraba segundos antes. Era una explosión de gas, en la que su amigo Juan José murió trágicamente, junto con otros parroquianos.
Todos conocemos alguna historia como la anterior en la que la intuición, el presentimiento o algo inexplicable nos lleva a saber cosas que no se sabe por qué se saben.
—Supe que algo no estaba bien con mi hijo de dos años que jugaba con sus primos; fui a verlo y en ese momento se estaba ahogando con una canica que pude sacarle de inmediato —me cuenta Verónica. ¿Suerte, destino, casualidad?
A esta clase de “coincidencias” se les llama intuición, a la que diccionario define como: “Facultad de conocer, o conocimiento obtenido, sin recurrir al razonamiento; percepción clara, íntima, instantánea de una idea o verdad, como si se tuviera a la vista y sin que medie razonamiento”.
Einstein decía que “la intuición es lo único que realmente vale”. Quizás a lo que Einstein se refería es a que ese sexto sentido está anclado en lo más profundo del ser humano, aunque en la mayoría de nosotros se encuentre dormido. Tiene que ver con el saber del alma, con un saber que nos revela que hay algo más grande y misterioso que impulsa nuestra vida.
La ciencia concuerda en que el universo es un cúmulo de energía que se interconecta; desde la más densa y sólida como las piedras, hasta la más sutil como el latido de nuestro corazón o las vibraciones que emanamos y percibimos de otros. Todo pulsa con vibraciones, y en el estado natural y sano de las cosas hay un flujo de sincronía universal.
Es por esto que físicamente influimos unos en otros como constantes estaciones de radio que emiten información. Esto nos convierte en torres transmisoras y transductoras de energía queramos o no. Ésta es la razón por la que las mariposas monarcas migran cada año por la misma ruta sin conocer por anticipado su destino; la razón por la que los peces nadan hacia arriba y contra corriente y por la que los osos hibernan. Todo en la naturaleza se desarrolla para su propio bien.
La revelación intuitiva es un regalo natural en el ser humano; ése es nuestro privilegio y puede darse en cualquier momento. Se manifiesta mediante palabras, imágenes, sentimientos o sensaciones viscerales. Sólo que para que el ser humano pueda comprenderla con mayor claridad requiere de un trabajo personal, de confianza, que le permita reconocerla y escucharla.
Una vez que aprendes a confiar en las señales que tu cuerpo te envía, comenzarás a apreciar la información que recibes, no sólo acerca de lo que sucede a tu alrededor sino en tu cuerpo. Escúchalo, por ejemplo, si cuando vas a cierto lugar sientes un dolorcito en el estómago, o si te agotas cuando estás con determinada persona, tal vez se trate de llamadas que pueden salvar tu vida.