Un maestro antropólogo decía que en el planeta Tierra existen lugares que por su belleza, misterio, formación o antigüedad son una especie de santuarios sagrados. Y que al llegar a ellos, las personas que están despiertas los reconocen, los perciben, vibran su energía y, con respeto, guardan silencio para agradecer la magia y el misterio. Mientras que otras personas al llegar a ese lugar sagrado sólo le ponen palomita, toman fotos y se van indiferentes a la belleza.
Recordé estas palabras de mi maestro al entrar a uno de estos lugares sagrados localizado en las profundidades a unos cuantos kilómetros de Cancún. Es un secreto guardado dentro de las entrañas de la Tierra durante dos millones de años y que fue descubierto hace unos cuantos por un lugareño que perseguía a una iguana que se refugió en un agujero.
Cuando el señor se asomó para buscarla se quedó maravillado por lo que vio.
Por fuera está cubierto de un bosque cerrado por ceibas, un tipo de árbol que es considerado sagrado para la cultura maya, habitado por iguanas, mariposas y hermosos pájaros, como el llamado Toh, que anida en las paredes de los cenotes y las cuevas. Por dentro es un río subterráneo vivo, formado por kilómetros de pasadizos, túneles, cenotes y cuevas semi inundadas con agua cristalina, dulce y ligera, en cuyas paredes se pueden apreciar caracoles y conchas petrificadas por el tiempo. Mas su maravilla radica en la formación de gigantes estalactitas y estalagmitas, que gota a gota nos regalan caprichosas formaciones.
Este hermoso lugar se llama Río Secreto. Es una reserva natural que una vez que la visitas “no vuelves a ser el mismo”, como lo refiere Tamara Trottner en el libro Mi nombre es Río Secreto. Se trata de una de tantas joyas naturales que nuestro país posee.
Raúl, el biólogo que nos recibió, nos contagió su pasión por conservar el lugar y el medio ambiente. Primero nos pidió darnos un regaderazo para quitarnos cualquier rastro de crema o bronceador, para después ponernos un traje y zapatos de neopreno –la temperatura del agua dentro de la tierra es fría–, así como un chaleco y un casco con una linterna al frente.
Antes de entrar a Río Secreto, un sacerdote maya hizo un pequeño ritual con copal para bendecirnos y pedirle permiso al lugar sagrado para penetrarlo.
Prendimos nuestras lámparas y a través de una puerta rocosa entramos a la oscuridad de la cueva, con los ojos aún deslumbrados por la luz de la selva. Durante casi dos horas, poco a poco recorrimos las grutas, tanto a pie como a nado, mientras escuchábamos a Raúl, que nos describía con fascinación las criaturas que habitan el lugar.
Llegamos a la cueva que tiene mayor altura y Raúl nos pidió apagar nuestras linternas durante unos minutos. El silencio era absoluto, sólo se escuchaba el goteo del agua que durante miles de años sigue formando los espeleotemas: bastaría que un humano los tocara para matar el delicado proceso. Al mismo tiempo, nunca habíamos experimentado mayor oscuridad; era literalmente el inframundo.
Raúl, después de unos minutos, nos pidió que volteáramos hacia el techo y prendió su luz para regalarnos un hermoso espectáculo: un sinfín de estalagmitas que explotaban desde las alturas y que semejaban fuegos artificiales; una escena que recordaré por siempre.
Dejamos Río Secreto enamorados de las maravillas de la naturaleza, y con una mayor conciencia por hacer lo posible por conservar nuestro hermoso planeta. Y sí, es verdad lo que dice Tamara Trottner, después de esto no vuelves a ser el mismo.