¿Dónde te encontrabas el 11 de septiembre de 2001, lo recuerdas? Puedo asegurar que todos lo recordamos. Ese día nuestra historia como humanidad cambió.
Esta semana tuve la oportunidad de estar en Nueva York y visitar el Museo Memorial del 11/9, donde conocí una historia que me tocó profundamente. Todo en el recinto está construido a la manera de un homenaje y crea hondas sensaciones. Por ejemplo, las fuentes cuadradas, profundas y con dimensiones gigantes, cuyas cascadas desbordan hacia abajo y mirarlas agujera el corazón.
En el auditorio escuché la conferencia de Richard Piccioto, el bombero con más alto rango y el último en evacuar el World Trade Center –con sólo saber esto ya me había convencido de asistir. Su historia es la de un verdadero héroe.
Piccioto narra que cada torre de 110 pisos de alto tenía 90 elevadores en el centro, pero tan solo ¡tres escaleras de 90 cm de ancho! Eran las únicas salidas para evacuar a las 40 mil personas que albergaba el conjunto. Mientras él y su equipo de bomberos intentaban subir las escaleras, toda la gente se agolpaba para bajar, apanicada o herida. Me impresionó que el instinto de supervivencia, tanto de él como del resto de los bomberos, se volvió secundario frente a su vocación de salvar vidas.
Cabe mencionar que cada bombero carga con un equipo de 28 kilos de peso sobre sus espaldas, lo que dificultaba aún más su labor.
“Nos encontrábamos en una de las escaleras entre los pisos siete y ocho de la Torre Norte –narra Piccioto–, cuando de repente sentimos un temblor muy fuerte acompañado de un ruido ensordecedor que duró cerca de diez segundos: la Torre Sur se había colapsado. Cayó piso sobre piso, uno encima del otro; su colapso provocó un viento tan fuerte como el de un huracán y todo se tornó negro. Nadie contestaba por la radio. Supuse lo peor.
“Ocho segundos después, volvimos a escuchar el mismo ruido ensordecedor y ese tremendo temblor, pero entonces provenía de la torre en la que nos encontrábamos, incendiada con miles de litros de combustible, imposible de contener. ¿Qué haces durante los ocho segundos que te quedan de vida? Toda mi existencia pasó frente a mí, pensé en mi esposa y en mis hijos. Recé todas las oraciones que me sabía. Lo que más pedía era: 'Dios mío, por favor, que sea rápido'. No quería era sufrir.
“Alrededor la oscuridad, el silencio y la quietud eran totales. Estaba en el suelo sin poder levantarme. Creo que morí. Las escaleras se desintegraron y caí al vacío.
“Me di cuenta de que podía sentir las piernas y los brazos. Sentí que no estaba solo. Llamé en voz alta y recibí respuestas de otros 12 compañeros y de una persona civil. Era como una cueva vertical. No se muevan, estamos en una bolsa de aire que es como una casa de barajas, quédense donde están”.
“Las radios que teníamos eran viejas, nadie contestaba. Hasta que finalmente alguien me dijo: no hay escalera norte, no hay torre B, no hay edificio, pero los encontraremos. A mi memoria vino el caso de una familia que no habíamos podido salvar hacía un mes cuando quedó atrapada en el sótano de un edificio de dos pisos. Ahora éramos nosotros quienes nos encontrábamos bajo 110 pisos de escombros. Sabía que sería imposible.
“Cinco horas después, el polvo se empezó a asentar y pude ver un poco de luz: me llené de esperanza.
“A pesar de la tragedia, al ver la ayuda, la entrega y el apoyo de todas las personas comprobé que nuestras diferencias como humanos son menores. También comprobé que tienes que poner prioridades en tu vida. Todos queremos casas nuevas y coches nuevos, pero mientras tengas familia y amigos, considérate rico.
“Hoy, después de haber suplicado a Dios que fuera rápido, agradezco que no me haya contestado.”