Se dice que viajar te hace más tolerante, más apto para comprender otras culturas, otros tipos de sabores, costumbres y demás. Sin embargo, hay situaciones que nos rebasan y producen lo contrario, al menos así fue en mi caso. Seguramente es mi gran incultura la que me hizo sentir tanto enojo al darme cuenta de que no todo el planeta Tierra vive con los privilegios simples que tiene un país moderno del siglo xxi.
Ahora aprecio más que nunca vivir en una nación libre como México, aún con todas sus fallas –que conocemos de sobra– podemos decir que ¡vivimos en el paraíso!
Después de varias horas de avión, al comenzar el descenso para el aterrizaje noté que mujeres, de todas edades, acudían al baño. Minutos después salían cubiertas literalmente de pies a cabeza. Una señora me advirtió cubrirme también la cabeza antes de descender del avión –práctica que tuve que seguir durante los ocho días de nuestra estancia, además de tener que llevar manga larga obligada y blusones sueltos sobre los pantalones para que no se pueda apreciar “ningún rasgo de feminidad”. En las calles hay policías para vigilar que la mujer se nulifique por completo.
Llegamos a las 2:00 de la madrugada a la ciudad de Teherán. A pesar del cansancio, nos quedamos dos horas más en el aeropuerto, en espera de que el gobierno de Irán nos diera la visa –ésa es la práctica común.
Al entrar al hotel, noté que sólo había una bata y unas chanclas grandes para el hombre; poco después me enteré de que las instalaciones para hacer ejercicio también eran sólo para hombres. Las mujeres ahí no existen.
Intentar conectarnos al wi-fi fue como intentar conectarnos con la luna. No hay roaming internacional. Además, las redes sociales están prohibidas en Irán, los libros tienen precios inaccesibles para la gente común y los canales de televisión, al igual que el acceso a Internet, son controlados por el gobierno.
Lo cierto es que los tesoros arqueológicos, religiosos e históricos de la cultura persa compensan con creces todas las incomodidades –como que no existan las tarjetas de crédito, no encuentres café de grano en ningún lado, sólo café instantáneo ya mezclado con leche en polvo y azúcar, el alcohol esté prohibido y el bloqueo de la Comunidad Europea y Estados Unidos provoque que no haya un solo producto o medicamento occidental.
Por imposición del Ayatola Jomeini tras la revolución de 1979, las niñas a partir de los nueve años de edad tienen que cubrirse la cabeza y el cuello hasta el fin de sus días. Es decir que ¡nunca les da el sol en el cuerpo! Algunas mujeres, las no muy religiosas, se descubren en privado frente a los amigos, pero otras nunca se quitan el chador negro, que les cubre de cabeza a pies, a pesar de las altas temperaturas. Lo anterior, aunado a que no hay una cultura de ejercicio y su alimentación se basa en cordero, res, pollo y arroz, les provoca grandes problemas de salud, como osteoporosis, hígado graso, diabetes y obesidad.
Durante uno de los largos trayectos en carretera que recorrimos entre diferentes ciudades, decidí quitarme el chal que me cubría la cabeza –la falta de costumbre hace que se vuelva incómodo. De inmediato, la guía me pidió que me cubriera de nuevo; es por ley.
En fin, después de ocho días en Irán, mi esposo y su servidora llegamos a Baden–Baden, ciudad famosa por sus balnearios. ¡Qué libertad! Lo curioso es que en uno de ellos se exige que hombres y mujeres entren desnudos a bañarse juntos... Vaya mundos de contrastes.