mirarse profundamente | Gaby Vargas

mirarse profundamente

Nada comunica tanto como una mirada. No olvido que una de las peores reprimendas que recibí de niña, me la dio mi papá sólo con la mirada. Recuerdo lo mal que me hizo sentir cuando me pescó sacándole la lengua a mi mamá al darme ella la espalda, después de haberme regañado por no hacer la tarea. Mi papá no pronunció palabra y no lo necesitó: su mirada me dijo todo.

De la misma manera que una mirada expresa la peor de las desaprobaciones, también es canal de la comunicación más intensa entre dos almas. Un buen ejemplo de ello lo podemos ver en la maravillosa película Avatar (si no la has visto, no puedes perdértela), cuando el héroe le dice a la protagonista “te veo” y ella le responde con otro “te veo”. Lo que ambos expresan con dos palabras es “puedo ver tu alma, descubrir tu ser y darme cuenta de quién eres en realidad”.

En una pareja, una mirada de ese tipo se puede dar en un primer instante, o bien después de unos minutos de verse a los ojos con el propósito de encontrarse mutuamente el alma. ¿Alguna vez los has hecho?

Al menos 80 por ciento de los estudios científicos sobre este tema, revela cómo aprendemos a amarnos uno al otro a través de la mirada. Una investigación realizada en 1989, por el psicólogo James D. Laird de Clark University, nos dice que mirarse es quedarse viendo mutuamente pero de una manera diferente: para otros mamíferos verse uno al otro tiene la intención de una amenaza y se recibe como tal. Si tienes duda sólo trata de ponerlo en práctica en la calle. En cambio, mirarse mutuamente es darse permiso de hacerlo, bajar la guardia, quitarse las máscaras y ponerse en una situación vulnerable, lo cual es la clave para crear intimidad y conectarse.

Qué cierto es que una de las cosas que más nos da la sensación de plenitud es llevar una muy buena relación con el ser amado. Sin embargo, solemos soñar mucho con ello y trabajar poco para conseguirlo. Algunas investigaciones revelan que en Estados Unidos, cerca de la mitad de los matrimonios fracasan en la primera vuelta; dos terceras partes de los matrimonios en la segunda y tres cuartas partes de las veces en la tercera ocasión.

En nuestro país, en los últimos años, la tendencia al incremento del número de divorcios es considerable. En 1970, por cada 100 matrimonios había tres divorcios; en el 2003, la cifra se elevó a 11 divorcios y para 2007 había 13 divorcios por cada 100 matrimonios (inegi. Relación divorcios matrimonios 1970-2007). Podríamos concluir que entre las causas se encuentra el hecho de que entramos a la relación con pocas habilidades y muchas expectativas.

 

Mirar el alma

Darnos tiempo para mirarnos a los ojos, dice el dr. Robert Epstein de la Universidad de San Diego, California, ayuda a producir aumentos rápidos en el cariño y gusto por el otro, aún si lo hacemos con un extraño. Para comprobarlo, Epstein invitó a sus alumnos a realizar un ejercicio. Al azar formó parejas y les pidió que calificaran del 1 al 10 el nivel de agrado, cercanía o amor que sentían entre sí. Después les pidió que se miraran profundamente a los ojos, en un experimento que llamó Mirar el alma.

Al principio hubo risitas entre los alumnos, pero después surgió algo muy interesante. Al cabo de dos minutos, el sentimiento de amor se elevó un modesto 7 por ciento; el de agrado 11 por ciento; y el de cercanía se elevó hasta 45 por ciento. Al final, 89 por ciento de los estudiantes mencionó que el ejercicio había aumentado sus sentimientos de intimidad hacia el otro.

Asimismo, Epstein les propuso que durante un mes pusieran en práctica esa técnica con amigos, pareja, familia y aún con perfectos extraños, y llevaran una gráfica sin importar los resultados. Más de 90 por ciento de los 213 estudiantes reportó que sus relaciones habían mejorado notoriamente, en especial se elevó 70 por ciento la intimidad con su pareja sentimental.

Lo que me parece más interesante de esto, es que los alumnos sintieron por primera vez algún tipo de control sobre el amor que experimentaban hacia su pareja y no esperaban que el destino se hiciera cargo. Esa es la gran lección. Con frecuencia pensamos que ese cuento de hadas, en el que aparece el príncipe o la princesa y viven felices para siempre, se dará también en nuestra vida sin esfuerzo alguno.

Procuremos buscar el alma de nuestra pareja, encontrar nuevamente lo que nos enamoró de él o ella. Para lograrlo se necesita dedicar atención, tiempo y esfuerzo. Sin embargo, en lo cotidiano no significa tanto. Basta mirarnos uno al otro con permiso, paciencia y amor para darnos cuenta de que nuestra relación requiere sólo unos segundos para ser mejor.

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