Hay dos formas de ejercer el poder: vía la fuerza o vía la seducción. En la historia, durante siglos hemos conocido emperadores, reyes, dictadores o gobiernos que han ejercido el poder vía la amenaza, la fuerza o la violencia sin que los seres humanos puedan liberarse de ello.
Bajo este tipo de régimen, nadie ha sufrido tanto como la mujer. No hay forma de competir, no hay armas a su disposición ni ella cuenta con la fuerza necesaria que pueda hacer que un hombre haga lo que ella desea por la fuerza ya sea en la política, en lo social o aún en el hogar.
Hasta que…la mujer descubre su gran poder, otra manera más sutil, más habilidosa, más fácil y difícil a la vez para conseguir lo que desee: la seducción. Si bien hay varios tipos de seducción, como la inteligente y bien intencionada. Hay otras cuyo fin no es el más puritano ni moralista.
Ese tipo de seducción se me ocurre compararla con una pequeña florecita blanca que se da en el estado de México en época de lluvias. Su forma es de una estrella que nace –siempre, al lado de los árboles y se le conoce como “chayotillo”. Ésta inocente y linda trepadora, comienza a crecer como si nada y poco a poco de su tallo comienzan a salir unos pequeños risos y espinas que tienen la habilidad de enredarse en el tronco del árbol. Después, la flor misma se convierte en un capullo lleno de espinas a manera de un gusano que se adhiere al árbol con toda facilidad.
La planta sigue creciendo y expande sus ramas –cada vez más extensas, hasta cubrir por completo al árbol al que se le arrimó, para entonces vivir de él y asfixiarlo. Si el árbol es grande y grueso, se salva y el chayotillo no le afecta, pero si es delgado y débil, lo acaba. Pues, los grandes seductores son como el chayotillo. Nunca imaginas dónde van a acabar.
La gran seductora del siglo XIX: Lola Montes
A lo largo de la historia hemos conocido notables ejemplos de mujeres que han hecho de la seducción su gran poder: Cleopatra, Helena de Troya, Matta Hari, Josefina Bonaparte, Eva Perón o Maryln Monroe para mencionar algunas; y que nos han dejado claro que, a través de su belleza, de su inteligencia, de su capacidad de hipnotizar y de su astucia, enamoraron a los hombres, a sus pueblos, e incluso varios de ellos, llegaron a renunciar a su poder por ellas.
Una de estas mujeres –para mi antes desconocida y hoy admirada, es una que, en el siglo XIX, fue la más famosa después de la reina Victoria de Inglaterra, me refiero a: Lola Montes. ¿Habías escuchado sobre ella? Una mujer que, dentro de sus enormes oscuridades, hay mucho que aprenderle, en especial su coraje y resiliencia para reinventarse, para sobreponerse de todas las adversidades por las que pasó: la cárcel, la pobreza, el rechazo social, la edad y el hecho de que a pesar de que no tenía talento alguno para bailar, era capaz de llenar los teatros más importantes del momento. ¿Cómo le hacía?
En su libro Divina Lola, Cristina Morató cuenta la apasionante historia de esta mujer, que seducía a los hombres con sus artimañas que iban mucho más allá de lo sexual. Si bien era una mujer físicamente muy bella –ojos azules, piel blanca y una larga cabellera negra, fue su astucia, su fuerza de carácter, su capacidad de contar e inventar historias, de seducir a sus esposo y amantes, entre quien se encontraba el compositor Franz Liszt lo que la llevó a tener fama, gloria y poder.
Liszt en sus memorias escribió; “¡Tenéis que verla! ¡Es siempre nueva, siempre cambiante, constantemente creativa! ¡Es una auténtica poetisa! ¡El genio mismo del encanto y el amor! ¡Todas las demás mujeres palidecen a su lado!” lo que la llevó conseguir lo que se proponía.
Una española que no era española, --Marie Gilbert era su verdadero nombre que nació en Irlanda en 1818, y que, marcada siempre por el escándalo, en una época en que las mujeres se dedicaban a las tareas domésticas, era una amazona que dio la vuelta al mundo, actuó en los escenarios más importantes del momento, se casó tres veces e hizo que el rey Luis 1 de Baviera –un hombre austero y amado por su pueblo, enloqueciera por ella y la hiciera su amante.
El rey Luis la colmó de regalos, de un título nobiliario, de un gran palacio con servidumbre, de joyas, regalos. Lola comenzó a interferir en las decisiones de gobierno lo que tanto enojó al pueblo de Munich. El amor que el soberano le tenía a Lola, fue la causa de que, en 1848 abdicara a su reinado. Según las propias palabras del rey, fue “hechizado” por la controvertida Lola.
Liberal y transgresora, poseía una personalidad que atraía y envolvía a los hombres, lograba que todo aquél al que ella le echaba el ojo, para sacar algo, como: contratos, que la presentaran ante la sociedad, que la prensa crítica hablara bien de ella, que la protegieran, que le compraran sus caprichos, le pasaran una renta mensual y hasta contrajera matrimonio. No había nada que se le atravesara o impidiera llevar a cabo sus caprichos.
Divina Lola, sin duda es una novela que disfruté y de la cual pude ver el gran poder que las mujeres tenemos, una vez que nos decidimos a ejercerlo.