“¿Quién quiere un cambio?”, pregunta un líder a la muchedumbre que lo escucha. “¡Yo, yo, yo!”, gritan todos con entusiasmo y levantan la mano. Entonces, el líder plantea una segunda pregunta. “¿Quién quiere cambiar?”, y el gentío baja la mano y esconde la mirada.
La caricatura me pareció muy acertada. Queremos el cambio, pero también quisiéramos quedarnos congelados, que nada se mueva. Volteas a verte, a ver tu vida, tu edad, la edad de tus hijos y lo único que quieres es mantener el statu quo. Sin duda, todo cambio genera al menos dos cosas: crecimiento personal o temor; la cuestión es decidir cómo enfrentarlas.
Si te preguntas cómo aceptas el cambio, la respuesta inmediata es: “Muy bien, creo ser una persona abierta y flexible al cambio”, ¿cierto? Sin embargo, solemos cegarnos a la realidad. Te invito a replantearte la pregunta y responder con honestidad: nos cuesta trabajo aceptar que el cambio nos causa temor y que, por ende, tratamos de mantener el mundo bajo control, de manera que sea predecible, definido y controlable. “Para que yo esté bien y viva tranquilo, así es como deben ser las cosas”, es lo que el inconsciente dicta, por lo que se aferra y actúa mientras intentamos controlar todo y a todos bajo la mesa. Nos aterra que aquello que conocemos cambie de forma o tamaño y desaparezca. Constantemente buscamos un atisbo de lo viejo y familiar en una vida que es tan variable como las nubes.
La necesidad de seguridad hace depender nuestra paz y tranquilidad de lo que el otro hace o deja de hacer. Es decir, que comprometemos nuestro bienestar emocional a que los demás cumplan nuestras expectativas.
Lo irónico es que entre más inseguridades o temores tengamos, menos permitimos que las cosas, las personas o las situaciones se modifiquen. De esa forma la vida se vuelve una batalla pesada y constante, además de que se ríe de nosotros, ¿has intentado atrapar una ola con las manos? Es inútil resistir lo inevitable.
¿Cuál es la solución? Simplemente dejar de pelear con la vida, comprender que no podemos controlar el universo, la forma de pensar de las personas, el crecimiento de nuestros hijos, la manera de ser de un jefe o compañero de trabajo, de nuestros amigos y en última instancia ni de nuestra pareja. Cuando tratamos de controlar todo, es cuando cancelamos la posibilidad de disfrutar esta maravillosa y corta existencia. Al mismo tiempo, nos llenamos de temores, lo que bloquea el flujo de energía vital que corre por nuestro cuerpo sutil.
El amor es el sentir verdadero y el temor es el sentir equivocado; es la raíz de todos los problemas en términos de salud, relaciones y auto realización. Cuando se instala dentro de nosotros es experto en teñir cuanto nos rodea con su color, en especial de desconfianza; que percibe la gente a nuestro alrededor. Entre más energía con ese tono lanzamos alrededor, con más fuerza regresa. Recordemos que el temor tiene la capacidad de atraer aquello a lo que tememos.
Nuestra tarea es darnos cuenta de que la libertad de ser y de disfrutar está en nuestras manos, nuestra conciencia y nuestra voluntad por observar, aprender y…cambiar.
“Suelta”, “deja ir”, “respira”, “relájate”, “fluye” son las palabras que al decírnoslas crean magia y nos invitan a voltear hacia arriba. ¿Por qué no convertirlas en un mantra para que nos acompañen a esos rincones que tememos? Son el inicio y el fin del camino por recorrer. Entre más temprano las pongamos en práctica, el temor se apoderará menos de nosotros.